Lectores

El Clave bien temperado

Prólogo de 2005


A ti querido lector, pero, sobre todo, amigo
(Preámbulo a la versión de 2005)

Esta edición limitada sólo se diferencia de la que alguna vez se publicará, si es que se publica, por esta introducción. Y te la ofrezco a ti, porque eres alguien muy especial para mí. Aunque haya otros lectores que quizá gusten de los poemas que siguen a estas páginas, como no les conozco del mismo modo, ni siquiera sabré si existen, me da pudor, mucho pudor que sepan todo lo que va a continuación.
Sé que de algún modo me quieres o me aprecias, así que, a ti sí te revelo las entretelas ocultas de mi corazón. También sé que soportarás las próximas páginas, y no te parecerán un rollo infumable, porque me conoces, y lo dicho, me guardas, al menos, un rinconcito dentro de tu corazón..
Mientras escribo esta introducción, has de saber que en la habitación en la que lo hago, casi una capilla para mí, suena una selección de la música lenta de JSB, el verdadero impulsor de este libro, que he elaborado yo mismo con el paso de los años, una selección que tiene una duración de más de seis horas, una selección que de nuevo me emociona con esas melodías suyas que me llegan,  sin intermediario hasta el corazón…

Hay escritores que logran sacar sus libros a la primera de cambio, como suele decirse. Les llega una idea a la cabeza, y, en poco tiempo, se convierte en libro, como si más que idea fuera un conjunto de páginas impresas. Se habla, por ejemplo, de la proverbial facilidad que tenía para versificar y convertir sus ideas en obras de teatro de Lope de Vega; también se habla de la facilidad que tenía Francisco de Quevedo. Más modernamente, José Zorrilla era paradigma de lo mismo.
Otros ha habido y hay, entre los que me incluyo, a quienes el proceso creativo nos cuesta más trabajo, hasta llegar a ser doloroso. No he de citar autores de los que es comprobado y sabido que este viaje era y es lento, largo e incluso tortuoso, no se piense que me comparo con ellos, pues mi única identidad con ellos es, precisamente, la laboriosidad, y no la calidad.

La historia de este libro, como la de todos los libros, tiene su origen y su sendero propio por el que creció, hasta llegar a ti, querido lector especialísimo que hojeas y posees esta edición limitada y especialmente pensada para unas pocas personas, tú, por supuesto. Por tanto, como se intuye, este poemario no nació en unas pocas semanas o meses de trabajo, sino que fue un proceso que arrancó a finales del año dos mil dos y ha concluido en marzo de dos mil cinco. O, de momento, eso me parece.
Una tarde soleada y fría, en medio del otoño, cuando el ocaso de finales de octubre era más hermoso, mi hija Míriam me comentó que tenía que presentar un trabajo sobre Johann Sebastian Bach (JSB) para la clase de música del Instituto. El contexto en el que estábamos no hacía extraño tal comentario: la cálida biblioteca del Conservatorio de Música de Segovia nos abrazaba con el tenue murmullo de la leve conversación de las pocas personas que allí estábamos.
Mi gusto por la música clásica lleva mis preferencias en esta materia a tres autores fundamentalmente, aunque no en exclusiva, claro. Me entusiasman Anton Bruckner, Gustav Mahler y el citado JSB. Entre los tres, encuentro —perdón por la probable aberración musical que me dispongo a escribir— ciertas similitudes en el fondo de su trabajo como creadores de música que, entre paréntesis, me parece la más sublime de las manifestaciones artísticas que el ser humano ha extraído de su espíritu o su mente o su alma o dondequiera que se encuentre la capacidad artística. La mayor de esas semejanzas es el afán de constante búsqueda de lo eterno, de lo infinito, de ese anhelo de explicarse y explicarnos el más allá. Con la particularidad de que esa manifestación se nos ofrece a través de los matices espirituales propios de cada uno de ellos, pues pertenecen a tres confesiones religiosas distintas. Así, JSB es luterano, Bruckner católico (y sacerdote, para mayor abundamiento) y Mahler judío, al final de sus días convertido al catolicismo.
Desde unas semanas antes al comentario de mi hija, uno estaba barajando una idea un tanto imprecisa, como de contornos difusos e inasibles: escribir un poemario en el que confluyeran, a través de los sentimientos que me provocara la escucha de su música, estas cuestiones y otras aledañas. La idea era presentar ese libro al concurso de poesía Gil de Biedma que convoca la Diputación Provincial de Segovia.
Pues bien, cuando mi hija me comentó lo que he citado, me encontraba hojeando una biografía Gustav Mahler; pero en el momento en que Míriam me dijo lo de Bach, tuve una especie de revelación. Comprendí de golpe que el poemario no tendría que ser sobre los tres músicos mentados, sino sólo sobre el viejo Bach. En un instante de fulgor (como me sucedió te lo cuento, aunque sea difícil de explicar y más de entender), me planteé el proceso en tres fases diferentes. La primera de todas era escribir un libro semblanza sobre el Cantor de Leipzig dividido en tres partes, a su vez. En una primera, haría un resumen de su biografía. En la segunda, y a través de un estudio del libro titulado La pequeña crónica de Ana María Magdalena Bach, profundizaría en su persona, sus ideas, su cotidianidad y como vivía él la música en sus distintas facetas: maestro, intérprete y compositor. La tercera parte de ese libro (que en realidad suponía la segunda fase para la escritura de este poemario) sería mi comentario particular y personalísimo, por tanto probablemente heterodoxo —lo que no me importa lo más mínimo—, de las obras más destacables del autor, según mi particular y subjetivísimo gusto. Ese libro lo tendría que escribir en un mes, poco más, para que a mi hija le sirviera como soporte a su trabajo. Es decir, ella utilizaría un libro inédito de consulta sobre la vida y obra JSB. Después de escrito éste, o sea la tercera fase, acometería la escritura del poemario que ahora sujetas o, mejor dicho, su primera versión. Lógicamente los poemas que se extienden por estas páginas son la consecuencia de una selección de la tercera parte del anterior, que a su vez tiene sus cimientos invisibles en las dos partes previas. He hablado de fases de elaboración, pero con más propiedad debiera haber dicho que se trataba de engarzar en una cadena tres eslabones diferentes.
Por tanto, aunque era imprescindible que escribiera los dos primeros apartados del libro, lo que más me interesaba, era dar a luz el tercero, en el que, ya bien bañado de la vida y la persona de JSB, podría sentir sus notas con mayor hondura, acaso entenderlas un poco mejor.
(Sobre esto último, una leve explicación. Cuando digo entender, no me refiero a la comprensión propia de la razón, sino a algo más hondo que, normalmente, y salvo excepciones, es casi inextricable y, por tanto, inexplicable. Si supiera lo que es, te diría que, si acaso, se parece a la telepatía, o más bien, a la comprensión que se tiene de una mirada cuando uno conoce y ama al otro).
El estudio de su biografía y de cómo vivió él su vocación musical, confirmó mis intuiciones.
El alemán, a través de la música, pretendía explicar y llegar o comunicarse con el Dios Creador y Redentor en el que con tantas ansias creía como buen luterano. Es más, me atrevería a afirmar que hacia el final de sus días, llegó a ciertas conclusiones de carácter más místico y entendió que las religiones —en cuanto a manifestaciones de culto y compendios de dogmas y normas— son sólo una parte de un todo mucho más grande e inabarcable para nosotros, pobres humanos tan finitos y tan escasos de sabiduría. En este sentido, pues, toda su obra es religiosa. Y afirmo que las obras que no están destinadas para el culto propiamente dicho, incluso las de carácter más cortesano como Los conciertos de violín o Los conciertos de Brandenburgo, o Las suites para violonchelo, cuentan con tantos elementos religiosos o espirituales, como la propia música que compuso para enaltecer las celebraciones religiosas en la ‘su’ iglesia de Santo Tomás, allá en Leiptzig: cantatas, misas, pasiones, etcétera. Por eso mismo, la división que hice en el libro semblanza de su persona no fue entre música religiosa y música cortesana, como tienden a hacer los estudiosos de este autor, sino entre música litúrgica y música instrumental.
Al final, en el tiempo previsto, acabé la primera versión de ese libro que acabó titulándose Juan Sebastián Bach, músico de Dios. (Pequeña guía de un oyente apasionado sobre doce de sus obras).
Una vez que ya tenía el material de cimentación dispuesto, ‘sólo’ me quedaba lanzarme a convertir en poesía todo esto. Lo que hice fue seleccionar Las suites para violonchelo, Los conciertos de Brandenburgo, Los conciertos de violín, los dos libros del Clave bien temperado y El Arte de la fuga, buscando un hilo conductor, una urdimbre que las explicara en su conjunto. Como se ve, de hecho, los poemas que componen este libro están basados sólo en obras instrumentales, por tanto, no figuran obras de carácter litúrgico. Así, bajo mi humilde y heterodoxa opinión, el hilo conductor, la urdimbre totalizadora de la obra es la búsqueda del Eterno, que se define como Amor, y se manifiesta en el amor entre humanos, en el seguimiento apasionado que la criatura hace de las huellas que el Supremo Hacedor deja a lo largo de la existencia, en el continuo reconocimiento de que, aunque el pecado nos haga indignos de a él, su misericordia es mayor que nuestra culpa.
Como se observa, son cuestiones que disparan directamente al corazón del hombre de cualquier época, de cualquier cultura, pues lo más importante de cualquier vida es el amor, su capacidad de amar. De eso, de amar, digo, nunca hay suficiente. Sobre eso, todas las religiones y todas las culturas, han establecido que el amor es la verdadera medida del ser humano. Quizá, la única salvedad sea la de creer que hay Alguien que está más allá de nosotros y a la vez, estuvo más acá, y al mismo tiempo estuvo, está y estará siempre. A la postre, la música bachiana no es más que la traducción sonora del anhelo de infinitud que el hombre de todos los tiempos ha planteado como salida al sinsentido caótico de nuestro mundo. Es decir, una respuesta —probablemente la más hermosa nunca dada— a la pregunta más esencial que ningún hombre se pueda hacer, la pregunta que, por otra parte, todos los hombres nos hacemos alguna vez: ¿Qué sentido tiene nuestra vida?

En cuanto a la forma literaria del libro —perdón por la pedantería—, lo tuve claro desde el principio, desde antes de tener la primera idea concreta, el primer verso siquiera, todo él tenía que estar trazado en endecasílabos, sólo así se podría aproximar uno a hacer un mínimo de justicia al tipo de música de aquel teutón. A la escucha apasionada de esas melodías, no se podía responder con el verso libre, había que hacer el esfuerzo de encajonar la inspiración o canalizarla a través del lecho fértil de los versos medidos.
Lo que hice fue crear un poema para cada movimiento o tiempo o parte o número en que JSB había dividido sus obras. Por fin, tras otros tres meses de intensísimo trabajo, este libro (que yo intuía demasiado extenso, pero que no pude aligerar debido a que era como un hijo recién nacido) lo presenté a la edición del citado premio de 2003. En total, setenta y cinco poemas. El pre-jurado del certamen me seleccionó para competir, junto con otros diez poemarios, por el galardón, que no obtuve, como bien sabes.
Pero sabía que dentro había más.

Después del lógico bajón anímico, comencé a madurar la posibilidad de volver a competir; pero para ello supe que tenía que hacer caso del consejo que me dio Juan Manuel de Prada, consejo que por otro lado confirmó mi intuición primera, y buscar más lo esencial del libro; entendí algo así, como podar su excesiva frondosidad que anunciaba algo muy hermoso, pero que, a la vez, impedía el paseo por sus veredas, y lo convertía en poco menos que feraz e intransitable.
Dejé pasar un año. Un año en que ni lo eché un vistazo, con el ánimo de que se asentara completamente, con el afán de que lo sobrante fuera fácilmente distinguido por mí, a pesar de mi acusada hipermetropía, sobre todo mental. En este 2005, con el ánimo de volver a participar en el Premio Gil de Biedma, me he puesto manos a la obra de desbrozar tanto camino impracticable. No sé si lo habré hecho como debiera. En esta versión he eliminado toda referencia a tiempos, movimientos, tonalidades, etcétera. Cada obra es un solo poema, de extensiones muy variadas, y dividida en partes. Se trata de presentar al lector los poemas como se escucha cada una de las obras. Sólo un silencio mayor separa un número de otro o un movimiento de otro. Y eso he tratado de hacer, mediante un espacio en blanco, sin otra marca. Aún así, y para mejor comprensión de un improbable lector, he indicado algunas subdivisiones, como la separación de cada suite de violonchelo, o los números de cada uno de los libros del clave bien temperado, etcétera. Por tanto, esta versión cuenta con ocho poemas, dos a modo de introducción y uno por obra, las citadas más arriba tal y como las conoce hoy el aficionado moderno. Así mismo, he procurado estilizar, por así decir, el contenido de la primera versión.
A ratos ha sido doloroso hacer desaparecer versos que tanto esfuerzo costaron nacer; pero al final pensé que para que el rosal sea más hermoso conviene su poda anual, así que me comparé con un jardinero y me dediqué a podar, injertar, replantar… No sé hasta dónde habrá habido mejoría…De momento, puedo decir que vuelvo a estar a las puertas de obtener algún reconocimiento público, pues, de nuevo, el pre-jurado del concurso ha tenido a bien incluirme entre los siete finalistas.
No es que haya empeorado la calidad de los participantes, sino que, al contrario, según ha dicho el pre-jurado en su veredicto, la calidad es tan alta, probablemente la mayor de todas las ediciones que han seleccionado lo mejor según su criterio para luchar por los galardones que, además del correspondiente premio metálico, llevan aparejada la publicación de la obra: el verdadero premio, sin duda. De hecho, si me prometieran la publicación, digamos como cuarto premio, sin obtener estipendio económico, no me importaría.
El fallo del jurado es el veinticuatro de junio. Exactamente en dos semanas. Así que aquí queda esta introducción hasta que la complete para que tú, lector especial de esta edición especial, cuando acaricies estas páginas conozcas completamente lo sucedido…

… Han pasado las dos semanas, querido lector y como ya has visto en las primeras páginas, he vuelto a quedarme a punto de caramelo.
Estoy escribiendo estos renglones en una hermosa y luminosa tarde de San Juan. Una tarde de hondo calor vertical y con el hambre telúrico de un caníbal cósmico. Supongo que la tormenta que acrece en las cimas más occidentales del Sistema Central y por tanto más alejadas de nosotros, hoy no llegará hasta aquí, o quizá se demore hasta esta noche... Hace un espléndido día de San Juan, en que el cielo brilla como si el Joyero Universal acabara de pulirlo. No puede haber un azul más puro ni más hialino, sólo éste que se contempla en esta ciudad, donde la atmósfera es más frágil y delicada, más delgada y sutil…
Apenas han transcurrido tres horas desde que el jurado ha hecho pública su decisión inapelable y supongo que justa, aunque dolorosa, a qué negarlo.
Has de saber querido lector, y sobre todo amigo, que este libro ha concluido su periplo por el Gil de Biedma y por el resto de concursos literarios. Ahora me llega el turno de intentar su publicación —verdadero objetivo de este titánico esfuerzo— por la vía de convencer al editor. Lo cual, dicho sea de paso, no resultará sencillo. Espero contar con la suficiente ayuda como para que tal cosa sea posible, aunque uno supone que, si vender poesía es complicado contando con el aval de los premios, hacerlo sin este espaldarazo será una aventura, incluso arriesgada, por no decir imposible.
De todos modos, he sacado varias conclusiones: este libro atesora calidad y este libro como, probablemente la musa que me inspiró —o sea la música de Johann Sebastian Bach— no están de moda. Está más de moda y se valora más, el estilo de poesía que habitualmente cultivo; mire usted por dónde, se lleva lo que de forma cotidiana hago, y sin embargo yo solo me meto por estos vericuetos que según dicen, son trasnochados… Pero hay cosas que no se me ocurre hacerlas de otro modo. Sería como pretender ser el padrino de una boda y lucir unos vaqueros, o acudir a una barbacoa en la ribera de cualquier río vistiendo un chaqué.
Y lo más importante de todo, querido lector, a pesar del miedo que me tenía a mí mismo en estos días pasados, me encuentro francamente bien y palabras de hoy como las de Juan Manuel de Prada o Félix Grande, no solo me consuelan, sino que me llenan de satisfacción y me impulsan, como catapultas, hacia el trabajo más esforzado… Y por qué no, también me llenan de orgullo, de legítimo orgullo, aunque me esté mal el decirlo, a pesar de que el reconocimiento público no haya llegado, aún...

Segovia, 24 de junio de 2005,
hialina tarde calurosa de San Juan.

Nota a la versión de 2010


Nota para la versión de 2010

Como me pide María Jesús, quizá sea buena una breve introducción a este versión de 2010. Y a ello me pongo. Quizá es por dónde debí comenzar, pues poner negro sobre blanco lo que a uno le da vueltas dentro es quizá el mejor modo de aclarar ideas y encontrar el camino adecuado, de desenredar una madeja que parece inextricable. Lo sé de tantas otras ocasiones (este mismo libro es un ejemplo) y sin embargo soy incapaz de ponerme manos a la obra…
En las anteriores versiones desde la excesiva primera, tan puntillosa con las referencias a las melodías que inspiraban cada verso, hasta ésta, ha pasado tanto tiempo que es difícil encontrar en mí a la misma persona e incluso al mismo poeta.
No es que sea diferente, eso es imposible, pero sí he evolucionado, y, sin ir más lejos, la vida de quien escribe estas palabras, con la vida de quien escribió las otras es tan distinta que parece la de otro, aunque el DNI no aprecie tales distingos.
En el fondo, esta versión no es otra cosa que una dieta de adelgazamiento y una liberación del excesivo peso de la estructura formal que los endecasílabos imponen.
Son varias las voces que ya me dijeron que Eterna luz sonora era y es una desmesura en todos sus sentidos. Quizá quien mejor lo dijo, y quien mejor lo resumió fue Juan Manuel de Prada (y parece mentira que él, desmesura sin tasa, fuera capaz de comentarlo así): “Tienes que buscar lo esencial”. Creo que fueron sus palabras textuales cuando, después de mi primera llegada a la final del Gil de Biedma y mi no obtención de premio, le pregunté por dónde podría caminar el texto según su opinión. (Su criterio era importante, pues forma parte de ese jurado, y por tanto tenía cierta capacidad de decisión sobre el destino de este texto). Tal y como lo interpreté entonces —y aún lo pienso—, era una forma de advertirme, no sobre la extensión del libro, sino sobre su excesiva reiteración de ideas, sobre la acumulación de imágenes que a fuerza de incidir sobre lo mismo fatigaban más que iluminaban.
Dos años después escribí la versión que conocéis. Hay en ella reducciones y cambios, pero básicamente no se altera gran cosa respecto de la primera versión. Simplifiqué las indicaciones musicales y aligeré en algo el texto, pero mantuve la estructura básica del libro y la forma de los versos. Había elegido el endecasílabo como esqueleto de los poemas y lo mantuve.
Hoy he decidido que también tengo que cambiar ese esqueleto. La experiencia bloguera en Pavesas y cenizas que se concreta en mi poemario Versos como carne es fundamental para entender esto. Creo sinceramente que por ahí va mi camino, al menos el actual. No quiero alterar el fondo del libro, sino que pretendo reelaborarlo desde esta nueva perspectiva. Quiero, por así decir, depurar las adherencias que la retórica inherente al endecasílabo me había obligado: excesivos adjetivos que, como sinónimos no aportaban gran cosa, aunque tuvieron la misión de completar el número de sílabas de cada verso, por ejemplo. Y, al mismo tiempo, aprovechar las posibilidades expresivas que otorga el verso libre y ciertos hallazgos en cuanto a imágenes que he descubierto en mí, a raíz de mi experiencia última.
La música de Bach, como tal, no varía. Quizá yo sí, pero no quiero o no puedo, partir de cero. Estoy convencido que si así lo hiciera el libro no se parecería en nada, o en casi nada, pues el Amando de hoy tiene más bien poco que ver con el de ayer, y, al fin y al cabo, el libro no es otra cosa que la respuesta de oyente, pues la música no varía. Y para ello, ahora mismo no tengo fuerzas, tampoco sé si ánimos. Creo que es mejor aprovechar el caudal que ya existe.
Desde luego el trabajo está siendo mucho más duro y lento de lo que supuse, y a ratos no sé si merece la pena, pero ya que he empezado voy a seguir… Otra cosa distinta es que el resultado merezca la pena.

Prólogo de esta edición


Zaguán de un poemario
(Apunte introductorio para la edición en blog
—Segovia, septiembre de 2012—

Lo normal en la poesía (también en la literatura y, por extensión, en cualquier arte), es que un poeta escriba —hasta que halla su propia voz, si es que alguna vez la encuentra— bajo los focos de la influencia de diversos autores, estilos y épocas. A veces hay un prurito, nacido de un erróneo concepto de la originalidad, según el cual, no se reconocen públicamente esas huellas en los propios versos. También sucede —o a mí me ha sucedido— que las lecturas han dejado en uno una especie de aluvión inconsciente para el autor pero que, sin embargo, aparece donde menos uno lo puede sospechar.
Esto quiere decir que también podría existir una especie de iluminación a posteriori. Intentaré explicarme. Aunque para ello sería mejor acudir a las palabras de otro. Estas últimas semanas del verano de 2012 he estado paladeando con fruición los ensayos y la poesía de José Ángel Valente que editó en 2006 Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. En el artículo titulado “Edmond Jabès: judaísmo e incertidumbre” que forma parte del libro La experiencia abisal (Pág. 663), Valente explica lo que sigue, respecto de él y el poeta francés de ascendencia sefardí Edmond Jabès
Situado en la perspectiva del fenómeno de influencia señalaba, yo, a propósito de mi encuentro relativamente tardío (mediados del decenio de 1970) con la poesía de Edmond Jabès, una forma de relación de literaria no considerada a mi entender por Bloom, a la que llamé influencia a rebours. Sí, influencia hacia atrás, hacia la fuente o el origen. Me explico. El contacto con la poesía de Jabès no determina propiamente las líneas fundamentales de mi escritura subsiguiente. Determina algo para mí mucho más decisivo: una nueva perspectiva de lo que yo había escrito hasta ese momento. Hace el encuentro con Jabès que yo me reconozca a mí mismo, me dota de una identidad, de una estirpe, de una ascendencia. Y eso desde el primer verso del primero poema de mi primer libro […]
Salvando todas las diferencias (que son muchísimas) mientras leía estos textos —fundamentalmente los incluidos en el citado La experiencia abisal, La piedra y el centro, y Variaciones sobre el pájaro y la red— he ido descubriendo en las palabras e ideas de Valente ese faro que ha dotado de nueva perspectiva un pedazo de mi obra en verso escrito previamente, en concreto, este poemario que ahora vengo a poner en vuelo y compartir, a través de este blog poemario.
A lo largo del último decenio, como se comprobará tras la lectura del preámbulo escrito a la edición artesanal y casi privada que hice en 2005, los versos de Eterna Luz Sonora me han rondado la cabeza y el corazón en diferentes momentos de mi vida. Pero ha sido ahora, en este año, cuando he dado otro paso, que no me atrevo a considerar definitivo.
Como suele decirse, el escritor —el poeta— durante su periodo de evolución se va alejando de sus libros. A veces llega a tanto el alejamiento, que llega a repudiarlos o no reconocerlos. Sin embargo, también hay quien dice que el poeta vuelve y vuelve sobre el mismo libro una y otra vez sin desmayo. Quizá ambas cosas sean ciertas, o lo contrario. Al respecto de Eterna Luz Sonora mi percepción es que el libro no me abandonará nunca, volveré sobre él con cierta asiduidad, porque de lo que en él pretendo hablar —cosa que no sé si he conseguido— me importa más que el modo en que lo digo. Quiero decir, que necesito dejar más claro y más decantado, si ello es posible, aquello de lo que habla.
Al principio —finales de 2002, inicios de 2003—, creí que se trataba solamente de las resonancias que en mí despertaba la música de Juan Sebastián Bach. Y así era (y sigue siéndolo). Pero con el paso del tiempo fui descubriendo que tales reverberos alojan el reflejo de algo sustancial en mí. O dicho de otro modo, lo que me parece que viene a proponer la música de Bach no es otra cosa —pero dicha en el idioma más hermoso de la humanidad—, que la búsqueda y el encuentro entre criatura y creador.
[Para evitar malas interpretaciones, me apresuro a aclarar que no estoy hablando de religión, si de espiritualidad. La distinción quizá sea simplista o sutil para muchos, pero baste enunciarla para señalar que, según lo veo, existen diferencias entre una y otra cosa. A veces excesivas. Quizá por ello huí desde la primera redacción de las obras ‘litúrgicas’ —que son la mayoría— del ‘Viejo Peluca’, quizá por ello me dejé llevar por las Suites para violonchelo, Los conciertos de Brandenburgo, Los conciertos para violín, los dos libros de El Clave bien temperado, y El Arte de la Fuga.]
Sin embargo, precisamente este tema me alejó del poemario, porque, por un lado, roza aspectos inasibles de nuestro ser, y, por otro, se aproxima en exceso a determinadas manifestaciones de la más alta opresión que un ser humano puede ejercer sobre otro, es decir el modo en que todas las jerarquías eclesiales pretenden el control sobre las mentes y corazones de sus fieles.
Aquí justamente entran en juego las palabras de Valente. En este punto es donde su pensamiento me ilumina. Su forma de entender la espiritualidad y sus análisis sobre la mística, la poesía meditativa y la esencia del arte me descubren una veta en la que no había reparado suficientemente. 
En el fondo, él sostiene que esa ansiada búsqueda para el encuentro total y radical de la criatura con el creador —que no otra cosa sería la mística— viene a ser una de las mayores subversiones que pueden atacar los cimientos de las religiones, las ortodoxias, las normas preestablecidas incluyendo las artísticas. En cualquiera de las escuelas o tradiciones místicas de las que hablemos (sufismo, cábala, misticismo cristiano —católico, protestante y ortodoxo— taoísmo, zen, etcétera) encontraremos a personas que han sido —como mínimo— sospechosos de herejía. Y en no pocos casos, declarados herejes en un momento conreto por una jerarquía determinada. Sin ir más lejos, y por mentar sólo al mayor de nuestros místicos, San Juan de la Cruz, a su muerte —aquella madrugada de Úbeda el 14 de diciembre de 1542— convalecía de una tuberculosis ósea que le impidió viajar a México donde había sido medio desterrado por los superiores de la orden que él mismo había ayudado a fundar. Durante su vida, Juan de Yepes, fue siempre sospechoso de bordear por fuera los límites tolerables para la Iglesia.
A la vista de todo esto —y de muchas más cosas— en mí se ha disparado durante estas semanas la necesidad abrasadora de retomar Eterna Luz Sonora y ‘revisarla’ a la luz de estas reflexiones de José Ángel Valente.
Y al hacerlo, en realidad, no me he limitado a la revisión del texto, sino que casi se trata de una reescritura del mismo.
En esta versión, aunque no olvido —ni puedo hacerlo— las melodías bachianas que fueron el primer empujón de los versos, amanece un texto en que he querido reflejar con más claridad la tensión propia del tema de fondo: la búsqueda, el encuentro, el miedo, el abandono, la traición, el amor humano como manifestación, casi especular, del amor divino... Bien distinto es que lo haya conseguido. El lector juzgará.

¿Por qué esta versión en un poemario blog?
Quizá algunos piensen que innovo algo. Error. Grave error.
Eterna Luz Sonora es un libro que —me parece— no sería editado por los cauces habituales. Su segunda versión (la de 2005 retocada en 2010) fue editada en el portal de Internet llamado Literatura Nova. Estoy satisfecho de su aceptación, pues en los momentos que esto escribo ha sido descargado 103 veces, y teniendo en cuenta la escasa promoción que he hecho de él, no me parece poco.
También he sopesado la opción de una edición digital, en formato libro, para entendernos. Hay diversas plataformas (también gratuitas) que permiten semejante opción que no es descartable en absoluto.
Pero por alguna razón que todavía no sé explicar, el formato de blog era el que más me apetecía para este libro en concreto. Dejémoslo ahí.
Sin embargo, no me puedo apropiar de la idea de publicar un libro en formato blog. Desde que publiqué dos novelas (Mañana amanecerá y Fin de Trayecto) en el blog Euritmia en la red, empecé a barruntar una opción parecida a la presente. Pero si no hubiera sido por el modo en Sofía Serra (poeta sevillana) ha editado algunos de sus poemarios, quizá no me hubiera atrevido a dar este paso. Así que aquí dejo mi agradecimiento explícito a Sofía, con quien por otra parte, nunca he hablado sobre esta cuestión.
Tengo la impresión (quizá totalmente ilusoria) que el formato blog es más agradable para el lector de Internet, que otro tipo de formato digital. Es una mera impresión, pero es la que tengo. Y, además, el propio poemario por cierto aire de circularidad que tiene su estructura, porque de modo recurrente los temas se van abordando y repitiendo con sutiles matices, se adapta como un guante al modo un poco aleatorio que permite la navegación por el contenido de un blog.
Por último unas breves indicaciones sobre esta edición.
A continuación de este preámbulo, se ofrecen las dos introducciones que escribí para sus dos anteriores versiones. Tras ellas, por fin, se pueden ir leyendo, los poemas. Después de una jornada de vida de este formato, y tras varias conversaciones, he decidido que todo el libro aparezca de modo continuo. Simplemente descender por la pantalla será suficiente para ir leyendo. Al llegar a un punto determinado, habrá que pinchar sobre la expresión 'entradas más antiguas' para, digámoslo así, 'pasar de hoja'. Si por el contrario, sólo se quiere leer una entrada (por la razón que fuere) con pulsar sobre el título, o sobre el índice, sería suficiente. En caso de que se pretenda leer únicamente una de sus partes (por ejemplo, Las suites para violonchelo) con presionar con el ratón sobre la etiqueta que tiene ese mismo título, aparecerán los poemas inspirados por esa música. También, en la columna de la izquierda se despliega una especie de índice que, al mismo tiempo, es un enlace con cada una de las entradas.
En fin, no creo que sea menester alargarme más en estas disquisiciones. Me parece que lo más importante está ya dicho. Lo demás ya no está en mis manos, sino en la de los lectores, vosotros, con quienes comparto con toda ilusión este poemario.
Segovia, septiembre de 2012

Parte 1. 1


Arquitectura, fe, oración y sueño
Como mariposas al alba en mi recuerdo donde se oxidan las melodías, revolotean tus sones: pináculos de catedrales, éxtasis de místicos, arcanos de la música: arquitectura, fe, oración y sueño.
Como sonrisas del horizonte resuenan las súplicas de las estrellas, líquidas alabanzas surcan el tiempo o el infinito o el cosmos, o inflaman de anhelo por lo eterno el vuelo de los ángeles, cuya melodía moldeaste del adobe de tu plegaria concertante.
Como terciopelo de viento arropa el violonchelo un susurro de yerba al pétalo ardiente de la estrella o un crujido de universo a los sueños de los vientres o una lágrima de Dios sobre el rostro de la muerte.
Como cíclopes de viento aletean edificios de fusas: voz de órgano en carrera para asir el corazón del infinito, o catedral en vuelo de diamantes construyendo la luz del arco iris, o canción de serafines para acunar el sueño de la galaxia, o combustión de Dios en la pústula de la miseria.
Se cauterizan las heridas de mi alma que supura lodo, angustia, ceniza, polvo, sufrimiento.
No sé si fueron el viento o la llama o la melancolía o la nube quienes hollaron el tiempo y arrojaron la simiente de tus sones sobre mi venero apasionado cuyo horizonte se perfila en la hoguera del ocaso ardiendo en nubes como caricias, incendiado por soles como sueños, henchido por tus notas como retratos del Eterno. 

Parte 1. 2


De la Pequeña Crónica de Ana Magdalena Bach

Cuando Ana Magdalena escribió que tus manos fabricaban la armonía con materia de brisa,
¿intuyó que el mismo aire mecería por los siglos, el sueño de lo eterno nacido de tus dedos y enviado como flecha decisiva a nuestros corazones?
Cuando sus ojos fijaban su pupila enamorada en el correr de tus manos sobre el inmóvil teclado, que en la alcoba nocturna sonaba como caricia sobre el centro de su pecho,
¿soñó el largo viaje emprendido por las notas enlazadas como racimos de trinos, verbo de luna percutiendo en el cosmos sobre el alma de los astros?

Parte 2. Suites para violonchelo. 1


Un eclipse lunar borra la noche
—Suites para violonchelo 1 y 2—.

Los problemas acechan el horizonte como nubes del ocaso…¿O son monstruos que despedazan almas partiendo el arrebol de una sonrisa? Mi espíritu se torna lapislázuli: frío sueño de azul cobalto. Silenciosos, mis ojos desentrañan el crepitar de la madera, y el declinar lluvioso de la tarde, y el dolor sin final por tanta ausencia.
Han muerto las palabras: cadáveres en mitad de una sonrisa.
*
Un eclipse lunar borra la noche. Germina una sensación de helor, de herida...
El tictac del reloj se desmorona ante el abismo del osario que sufre el silencio del olvido.
Puedo esculpir palabras, pero serían oquedades en la entraña de un sepulcro… No tengo explicación para el dolor, para cualquier dolor: ni el de la especie, ni el de tu ausencia atormentándome.
*
Mis versos crujen al reptar de una serpiente, gritan como arroyo de hielo dentro de mis entrañas…
Y lo demás es farsa.
Mi sonrisa es pozo amargo, como la sonrisa de un payaso. Su fortaleza es arena temerosa del soplo de la brisa; su solidez, decapitada estatua de héroe muerto, su salud de piedra, indolencia de hoja de otoño, su arrojo, feroz carrera a nada.
*
Galopa el tiempo, frenesí de manecillas a lomos de huracanes. Las prisas nos enredan, como murciélagos, en latidos que desmoronan el compás de la tarde… alrededor estruendo y confusión, bullicio y cláxones, ceguera y arritmia; el autobús escapa con mi ausencia; la ciudad sin ojos me fagocita…
*
Antes que la noche nos envuelva en sus pestañas como olas, mil fogonazos cegarán mis pupilas, aturdirán mis pensamientos ahítos de ansiedades y prisas, agobios y apariencias, cláxones y bullicio, empujones y frenazos, insultos y zancadillas: batahola de máscaras sin luz…, y miradas que siempre miran más allá, más lejos: evitando acunar este presente...
Se ovilla el mundo inerme, girola de vacío ruidoso y de nada recubierta de oropeles. En el alma se cuela la tristeza, como una lágrima acunada por estrellas. Mi pupila de melancolía recorre todo cuanto hiere mi retina: aristas como dagas, cielos como plomo, huracanes como caníbales, lluvias como plagas, tragedias, injusticias, oprobio, miedo, miseria, hambre, muerte...
*
Mas, si vuelvo mis ojos donde mi corazón susurra, otearé el peor de todos los paisajes: el hielo lo asedia, me hiere su frío azul cobalto: cuchillo con garras, vendaval de alfileres, escarcha congelada.
Columbraré páramos sin horizonte o desiertos sin sombra regados por esqueletos de flores marchitas, osarios calcinados durante la helada cuya sonrisa de vampiro pudre el agua; alentaré eterna noche, eterno helor de cadáveres, silencio de espectros.
Descubriré la verdadera entrada del infierno: muerte y vacío, desolación y nada.
*
Paseo acompañado por mi sombra dentro de la matriz de este bosque de plata para que la tristeza que me invade y me corroe y me destroza, huya de mis entrañas doloridas, —veloz ciervo por fiera herido—. Entre tanto, me asomo a los recuerdos: descubro nuestros ojos contemplando —enamorados, enlazados, uno—, el ocaso que besa el espejo de oro de las hojas, en el instante previo a su deliquio; entonces la ilusión vestía de ámbar nuestras mirar sediento de su imagen.
*
La soledad, ahora, me acompaña en el paseo por este bosque, recordado apenas, y no entiendo por qué aquel halo deshizo para siempre su destino, rompió su paso de algodón, e hirió de muerte al amor.
Difuminando el orto, desde oriente, se acercan ilusiones cabalgando a grupas de unicornios de cristal. Me acarician  sus dedos como cálidos pétalos de rosas, calman la fiebre ardiente que me aturde. Aunque la intensidad de los colores no sea nítida, aunque no vibre como al mediodía la luz en vertical canto, es suficiente el tono de esperanza susurrando a lo lejos. Aunque viva con este sufrimiento, aunque cierta angustia sea mi sombra, deseo que los demás lean en mi mirada el horizonte en resplandor, que columbren el futuro luminoso a través de mi pupila.

Parte 2. Suites para violonchelo. 2


En este día apacible como un beso…
—Suite para violonchelo número 3—

La mirada bucea más allá de las ventanas…
La llovizna de dedos líquidos
recorre sus cristales
en este día apacible como un beso.
La tarde horizontal,
sonrisa que amanece en las pupilas,
amasa levadura y dicha:
una merienda en luz,
o un paseo hacia el surco navegable de las risas,
o un café muy cargado de amistad o de recuerdos,
o un poema de hierba estremecida,
o una caricia como danza en llamas,
o un beso como lecho de los labios,
o un latido abrasado junto al nuestro,
o una loca carrera hacia el perfil
que se pierde, que se escapa…
El mundo está bien hecho.
*
Cuando canto en mitad de una ciudad dormida,
acunada en el ruido de la muerte,
mi voz es un zafiro invisible.
No me importa el vaivén de latidos y piernas,
pero cómo me duele que impidan embrazar
el himno de la vida…
Me arañan la mirada tantas prisas, inútiles
como sombra para trocarse en beso…
Me hiere los oídos que cieguen cerraduras
donde espera el maná de la existencia.
Me importa el arribar de la alegría,
y el estruendo del muro de cristal
donde se aislaba el corazón,
porque ya son sus límites estrechos
hasta ayer suficientes, hoy escasos.
Tú eres el nuevo cauce de mi curso.
Crezco en tu lecho, Amado, y crezco;
recibo tanto amor derramándose,
como agua mansa en primavera,
que necesito hacerme cuenco
donde canten otros corazones.
*
Se aproximan las nubes como entierros,
desfile de ataúdes vigilantes.
Una procesión de aire tembloroso
avanza por lo oscuro
y estremece a la noche en sus ijares
y a las estrellas estremece
y estremece al relente en la alborada,
seísmo de pasión que se desmiembra
en un mar de cadáveres hastiados.
*
Bailemos, ahora, Amada,
mientras perdure el tiempo de la danza,
convirtamos relojes impacientes
en zarabanda, luz y cuerpos,
y sea nuestro espacio
ilimitada zambra de labios y de dedos.
Dejemos que su ritmo nos invada
y recorra el venero que nos riega
y esparza la semilla por el cosmos
y depure el hedor que nos destroza
y mate la bacteria que nos mata.
Busquemos el remedio a la ponzoña
que golpea, envenena, daña y ciega,
detengamos su avance con el baile
que se acerca veloz en nuestro auxilio.
Luchemos sin parar contra la muerte.
*
No hay nada más sencillo que un corazón latiendo
al ritmo de sonrisas
brotadas desde el lago de tus ojos.
Necesito el silencio de los valles
a esa hora vestida de niña y de sonrisa.
Su voz no es grito,
apenas es un silbo sosegado
que sugiere, propone, ruega, ofrece y espera
que los ojos decidan enfocar el camino
que serpea y conduce hacia su eterna
presencia enamorada. 

Parte 2. Suites para violonchelo. 3


No estás, pero sonrío al evocarte 

—Suite para violonchelo número 4—


No estás conmigo, Amado, salí de tu mirada,
tu ausencia me construye abismos de pavor.
Me tortura esta cárcava, depredador hambriento.
Soy ovillo de miedo,
carnada que se arroja a sus dominios.
Sin ti soy ronco grito de lo oscuro,
al que sólo responden reverberos nocturnos
cimientos de vacío,
truenos que absorben cuanto les rodea.
Un cansancio de cera y luna
martiriza mis miembros de tormenta.
La lluvia de este ocaso me detiene
recuerdo aquellos días del orvallo,
en los que el manantial de tu mirada
y mi pupila vuelta al infinito
buscaban el abrazo sin fronteras.
La tarde color humo y aguacero
será una puñalada de traición,
pero cómo evitar que la sombra de ayer
oscurezca mis ojos de hoy
y los retorne, viaje entre las nubes,
a aquellas tardes de pasión y fuego,
mientras cualquier chubasco se asomaba
desde fuera, a través de los cristales,
y envidioso, acechaba nuestras brasas.
*
No estás, pero sonrío al evocarte, pues es tan nítida tu imagen,
que tan sólo me falta oír tu risa para saber que ocupas este espacio.
Por rápido que avancen esas nubes atravesando el cuello del celaje,
por rápido que acudan esos ríos desde los montes hasta las llanuras,
por rápido que alcen esas aves su vuelo desde los árboles al viento,
por rápido que rían esos niños las gracias del payaso de colores,
por rápido que cruce ese segundo el tictac invisible de la vida...,
más veloz estaré junto al quicio de tu orilla.
Mi sueño son tus brazos acunando este deseo que me enerva,
esta pasión que me da vida, este delirio que me impulsa.
Allí estaré dispuesto a que tu corazón me meza como beso ilimitado.
*
Cuando la madrugada ya es abismo
no hay nadie en la ciudad, salvo las sombras.
Soy vagabundo insomne, ruina de una sonrisa,
me destazan navajas o vampiros,
el insomnio taladra mi cerebro
sin pausa, sin respiro
se enreda como sierpe tras el iris de légamo,
mis alas desguazadas se desangran.
Otearé el horizonte con premura
evitaré al reptil que me aprisiona
para que no devore
mis últimos suspiros que agonizan
y convierta en cenizas o en pavesas,
inermes, aunque vuelen en el viento,
este postrer anhelo que me alienta.
Paseo la ciudad de madrugada
cruzando su intestino mineral:
me desgarran sus garfios,
con su veneno muerde el talón de mis versos,
inyecta su ponzoña en mis entrañas.
*
Si yo hubiera resuelto esta ecuación absurda de mi vida,
¿sería más feliz que al contemplarte?
Escruto tu sonrisa y anhelo ese tesoro tan valioso,
guardarlo muy adentro, bajo llave,
lejos, detrás de mis retinas, lejos…
Cuando la luna mire, envidiará estas joyas:
el collar de rubíes que me ciñe,
el cíngulo de seda que me funde,
la diadema de nácar que me besa,
los brillantes de jade que me alumbran.
No quiero separarme del quicio de tu ser,
ni durante una micra de segundo…
Y grito al viento:
no deseo alejarme ni una sola pulgada de tu piel llama y luz,
ni un centímetro quiero salir de tus entrañas, fuente para mi sed,
sólo quiero latir al compás de tus labios.
Y te contemplaré con esa lentitud de niño satisfecho,
y mientras me sonríes como un alba,
desearé abrazarte,
                                  muy despacio.

Parte 2. Suites para violonchelo. 4


Eco de tu presencia
—Suite para violonchelo número 5—

Mueren las pesadillas, muere el miedo,
regreso a tu morada…
El hijo pródigo en tu estancia…
Tu puerta estará abierta, como siempre,
nunca importa el rincón del calendario
donde el sol duerma:
tu abrazo inundará mi corazón.
El hijo pródigo en tu estancia…
Siento cómo se acerca tu perfume
y se me alegra el alma tanto,
que entona melodías repletas de ilusiones.
Aunque aún me acompañe el eco de la noche,
las palmas de tus manos evitan mis angustias.
El hijo pródigo en tu estancia…
Cantaré un cántico de acción de gracias,
me haré yo mismo nota que busca su destino:
tu sonrisa sin tiempo y sin espacio.
Mira otra vez mi corazón en llanto,
pon en su podredumbre,
esa misericordia de tu aliento
envuelta en brisa sin fronteras.
El hijo pródigo en tu estancia…
*
Aún resuena un golpe,
mi enésima caída sobre el lodo,
pero siento tu brazo extendiéndose en mi ayuda,
clemencia en un relámpago.
El peso de mi culpa me ensombrece,
llena mi alma un dolor de llagas como heces.
Las cicatrices sanarán un día,
me lo asegura el quicio de tu risa,
y el tacto de tu pulso
refrescando la fiebre de mis llagas…
*
Gracias por tu perdón,
porque no llevas cuenta del delito,
porque es misericordia tu mirada,
porque es ilimitada tu paciencia,
porque eliges perdón sobre justicia,
porque tus ojos miran
el hontanar de mis pupilas,
donde manan verdad y sufrimiento,
y tus dedos restañan el golpe de las lágrimas.
*
El mundo corre en pos de mí blandiendo
cuchillos de amenazas,
porque con mi silencio
niego su tiranía cimentada
en la opresión, y en la mentira,
y en rostros reflejados sobre espejos,
y en la faceta fatua del triunfo,
y en el sonido estéril del dinero.
Mi oposición no es rebeldía,
sino silencio, indiferencia,
y a veces llanto,
y algunos versos que supuran pus,
veneno concentrado, voces de cementerio,
perdidas en los pliegues de tanta muchedumbre
que avanza mientras gime
rodeada de oprobio y confusión.
*
Sé en quién confío, sé quién es me guía.
Me abruma lo infinito de tu amor,
esa misericordia que nace cada aurora,
y permanece siempre,
                                       luz eterna.
Sólo para encontrarte
salto cárcavas, cruzo abismos,
salvo ríos, transito valles…
El vuelo de las aves que recortan el viento
es el vuelo de mi alma a tu morada;
los pétalos son sabia arquitectura,
pero con tu sonrisa comparados,
apenas son un sueño dormido en otro sueño.
Corro hacia ti impulsado por esta gratitud,
resorte sin cadenas que otorga tu perdón.
*
En el atardecer de nuestra vida,
nos examinarás sobre el amor:
entrega que se baña en desmesura,
que olvida la ecuación o el cálculo,
cimentada en sonrisas y caricias,
constancia y libertad, lealtad y ternura.
Tu seno es insondable como el aire,
allí nos mecerás
como una madre acuna a sus polluelos.
Confío en que al llegar mi hora,
y tus ojos contemplen mis dos manos,
éstas no estén vacías o descansadas,
sino que sean ásperas y duras,
que mi jornal sean mis obras.
Quiero tener el eco suficiente de tu mirada,
de tu voz, de tus caricias, de tus sonrisas
en cada paso sobre la piel de este planeta,
eco de tu presencia en mi mirada,
eco de tu presencia en mi latido. 

Parte 2. Suites para violonchelo. 5


¿Por qué no te hice caso corazón…?
—Suite para violonchelo número 6—

Como llena de manos infantiles, impaciente, la tarde se dirige a su final en medio del trasiego de cualquier ciudad gris que a todos nos engulle insatisfecha con fauces de mil hambres colgadas de su aliento. La rueda gira y gira en el mismo sentido, sin que nadie detenga su carrera.
La noche avanza el pulso inexorable. Este ensordecedor ruido me ciega, está en mi corazón, y siempre me derrota, desde que aquella lágrima me orada. Tan sólo una verdad descubriré: mi corazón no late, reposa sobre el lodo allí donde el perfume de los pétalos sería una pesada roca hundida, mi cuerpo sobrevive, como cruel bacteria de la muerte pues su esencia es idéntica a la del lodazal que habito. ¿Una sola sonrisa alterará el futuro? ¿Servirá una palabra de perdón…?
*
Cuando ante mi dintel te has detenido, con tu mirar de brasa me has amado, y he sentido en la entraña tu aleteo un sí que me susurra un silbo nuevo.
¿Por qué no te hice caso, corazón? ¿Por qué alteré el compás de esos murmurios? ¿Por qué los troqué en miedo al infinito los susurros inconfundibles de tus dedos? ¿Por qué me despeñé a la desventura? ¿Por qué precipité mi paso de plantígrado hacia la hoguera que abrasa y asesina, sin piedad y sin preguntas, los gestos amigables, las miradas sembradoras de futuro, el Amado, la Amada, los amantes?
*
Sé que las respuestas sobrevuelan el espacio entre una arteria y la primera célula epidérmica. Incluso sé que las preguntas tienen un envés donde el corazón escondió la afirmación sabia: una mirada de paz acurruca el alma y acepta el latido que nos mece.
Siento mi espíritu dentro del baile del cosmos, cada estrella traza curvas líricas o dibuja ingeniosos acentos circunflejos como columpios en el linde de algún asteroide, o en la órbita de lunas invisibles…, y tus dedos hacendosos, en el quicial del universo, tamborilean sin descanso el ritmo acompasado de la danza. Así  será la vida que no acaba: tras un banquete sin medida, un baile en tu regazo eterno. porque miró mi pequeñez a pesar de ser sólo brizna de tiempo que no acaba. Su iris me ha amado. y acudiré para sentir la caricia de su mirada como dedos amorosos.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).