A ti querido lector, pero, sobre
todo, amigo
(Preámbulo a la versión de 2005)
(Preámbulo a la versión de 2005)
Esta edición limitada sólo se
diferencia de la que alguna vez se publicará, si es que se publica, por esta
introducción. Y te la ofrezco a ti, porque eres alguien muy especial para mí.
Aunque haya otros lectores que quizá gusten de los poemas que siguen a estas
páginas, como no les conozco del mismo modo, ni siquiera sabré si existen, me
da pudor, mucho pudor que sepan todo lo que va a continuación.
Sé
que de algún modo me quieres o me aprecias, así que, a ti sí te revelo las
entretelas ocultas de mi corazón. También sé que soportarás las próximas
páginas, y no te parecerán un rollo infumable, porque me conoces, y lo dicho,
me guardas, al menos, un rinconcito dentro de tu corazón..
Mientras
escribo esta introducción, has de saber que en la habitación en la que lo hago,
casi una capilla para mí, suena una selección de la música lenta de JSB, el verdadero
impulsor de este libro, que he elaborado yo mismo con el paso de los años, una
selección que tiene una duración de más de seis horas, una selección que de
nuevo me emociona con esas melodías suyas que me llegan, sin intermediario hasta el corazón…
Hay escritores que logran sacar sus
libros a la primera de cambio, como suele decirse. Les llega una idea a la
cabeza, y, en poco tiempo, se convierte en libro, como si más que idea fuera un
conjunto de páginas impresas. Se habla, por ejemplo, de la proverbial facilidad
que tenía para versificar y convertir sus ideas en obras de teatro de Lope de
Vega; también se habla de la facilidad que tenía Francisco de Quevedo. Más modernamente,
José Zorrilla era paradigma de lo mismo.
Otros
ha habido y hay, entre los que me incluyo, a quienes el proceso creativo nos
cuesta más trabajo, hasta llegar a ser doloroso. No he de citar autores de los
que es comprobado y sabido que este viaje era y es lento, largo e incluso
tortuoso, no se piense que me comparo con ellos, pues mi única identidad con
ellos es, precisamente, la laboriosidad, y no la calidad.
La
historia de este
libro, como la de todos los libros, tiene su origen y su sendero propio por el
que creció, hasta llegar a ti, querido lector especialísimo que hojeas y posees
esta edición limitada y especialmente pensada para unas pocas personas, tú, por
supuesto. Por tanto, como se intuye, este poemario no nació en unas pocas
semanas o meses de trabajo, sino que fue un proceso que arrancó a finales del
año dos mil dos y ha concluido en marzo de dos mil cinco. O, de momento, eso me
parece.
Una
tarde soleada y fría, en medio del otoño, cuando el ocaso de finales de octubre
era más hermoso, mi hija Míriam me comentó que tenía que presentar un trabajo
sobre Johann Sebastian Bach (JSB) para la clase de música del Instituto. El
contexto en el que estábamos no hacía extraño tal comentario: la cálida
biblioteca del Conservatorio de Música de Segovia nos abrazaba con el tenue
murmullo de la leve conversación de las pocas personas que allí estábamos.
Mi
gusto por la música clásica lleva mis preferencias en esta materia a tres
autores fundamentalmente, aunque no en exclusiva, claro. Me entusiasman Anton
Bruckner, Gustav Mahler y el citado JSB. Entre los tres, encuentro —perdón por
la probable aberración musical que me dispongo a escribir— ciertas similitudes
en el fondo de su trabajo como creadores de música que, entre paréntesis, me
parece la más sublime de las manifestaciones artísticas que el ser humano ha
extraído de su espíritu o su mente o su alma o dondequiera que se encuentre la
capacidad artística. La mayor de esas semejanzas es el afán de constante
búsqueda de lo eterno, de lo infinito, de ese anhelo de explicarse y
explicarnos el más allá. Con la particularidad de que esa manifestación se nos
ofrece a través de los matices espirituales propios de cada uno de ellos, pues
pertenecen a tres confesiones religiosas distintas. Así, JSB es luterano,
Bruckner católico (y sacerdote, para mayor abundamiento) y Mahler judío, al
final de sus días convertido al catolicismo.
Desde
unas semanas antes al comentario de mi hija, uno estaba barajando una idea un
tanto imprecisa, como de contornos difusos e inasibles: escribir un poemario en
el que confluyeran, a través de los sentimientos que me provocara la escucha de
su música, estas cuestiones y otras aledañas. La idea era presentar ese libro
al concurso de poesía Gil de Biedma
que convoca la Diputación Provincial de Segovia.
Pues
bien, cuando mi hija me comentó lo que he citado, me encontraba hojeando una
biografía Gustav Mahler; pero en el momento en que Míriam me dijo lo de Bach,
tuve una especie de revelación. Comprendí de golpe que el poemario no tendría
que ser sobre los tres músicos mentados, sino sólo sobre el viejo Bach. En un
instante de fulgor (como me sucedió te lo cuento, aunque sea difícil de
explicar y más de entender), me planteé el proceso en tres fases diferentes. La
primera de todas era escribir un libro semblanza sobre el Cantor de Leipzig
dividido en tres partes, a su vez. En una primera, haría un resumen de su
biografía. En la segunda, y a través de un estudio del libro titulado La pequeña crónica de Ana María Magdalena
Bach, profundizaría en su persona, sus ideas, su cotidianidad y como vivía
él la música en sus distintas facetas: maestro, intérprete y compositor. La
tercera parte de ese libro (que en realidad suponía la segunda fase para la
escritura de este poemario) sería mi comentario particular y personalísimo, por
tanto probablemente heterodoxo —lo que no me importa lo más mínimo—, de las
obras más destacables del autor, según mi particular y subjetivísimo gusto. Ese
libro lo tendría que escribir en un mes, poco más, para que a mi hija le
sirviera como soporte a su trabajo. Es decir, ella utilizaría un libro inédito
de consulta sobre la vida y obra JSB. Después de escrito éste, o sea la tercera
fase, acometería la escritura del poemario que ahora sujetas o, mejor dicho, su
primera versión. Lógicamente los poemas que se extienden por estas páginas son
la consecuencia de una selección de la tercera parte del anterior, que a su vez
tiene sus cimientos invisibles en las dos partes previas. He hablado de fases
de elaboración, pero con más propiedad debiera haber dicho que se trataba de
engarzar en una cadena tres eslabones diferentes.
Por
tanto, aunque era imprescindible que escribiera los dos primeros apartados del
libro, lo que más me interesaba, era dar a luz el tercero, en el que, ya bien
bañado de la vida y la persona de JSB, podría sentir sus notas con mayor
hondura, acaso entenderlas un poco mejor.
(Sobre
esto último, una leve explicación. Cuando digo entender, no me refiero a la
comprensión propia de la razón, sino a algo más hondo que, normalmente, y salvo
excepciones, es casi inextricable y, por tanto, inexplicable. Si supiera lo que
es, te diría que, si acaso, se parece a la telepatía, o más bien, a la
comprensión que se tiene de una mirada cuando uno conoce y ama al otro).
El
estudio de su biografía y de cómo vivió él su vocación musical, confirmó mis
intuiciones.
El
alemán, a través de la música, pretendía explicar y llegar o comunicarse con el
Dios Creador y Redentor en el que con tantas ansias creía como buen luterano.
Es más, me atrevería a afirmar que hacia el final de sus días, llegó a ciertas
conclusiones de carácter más místico y entendió que las religiones —en cuanto a
manifestaciones de culto y compendios de dogmas y normas— son sólo una parte de
un todo mucho más grande e inabarcable para nosotros, pobres humanos tan
finitos y tan escasos de sabiduría. En este sentido, pues, toda su obra es
religiosa. Y afirmo que las obras que no están destinadas para el culto
propiamente dicho, incluso las de carácter más cortesano como Los conciertos de violín o Los conciertos de Brandenburgo, o Las suites para violonchelo, cuentan con
tantos elementos religiosos o espirituales, como la propia música que compuso
para enaltecer las celebraciones religiosas en la ‘su’ iglesia de Santo Tomás,
allá en Leiptzig: cantatas, misas, pasiones, etcétera. Por eso mismo, la
división que hice en el libro semblanza de su persona no fue entre música
religiosa y música cortesana, como tienden a hacer los estudiosos de este
autor, sino entre música litúrgica y música instrumental.
Al
final, en el tiempo previsto, acabé la primera versión de ese libro que acabó
titulándose Juan Sebastián Bach, músico
de Dios. (Pequeña guía de un oyente apasionado sobre doce de sus obras).
Una
vez que ya tenía el material de cimentación dispuesto, ‘sólo’ me quedaba
lanzarme a convertir en poesía todo esto. Lo que hice fue seleccionar Las suites para violonchelo, Los conciertos de Brandenburgo, Los conciertos de violín, los dos libros
del Clave bien temperado y El Arte de la fuga, buscando un hilo
conductor, una urdimbre que las explicara en su conjunto. Como se ve, de hecho,
los poemas que componen este libro están basados sólo en obras instrumentales,
por tanto, no figuran obras de carácter litúrgico. Así, bajo mi humilde y heterodoxa
opinión, el hilo conductor, la urdimbre totalizadora de la obra es la búsqueda
del Eterno, que se define como Amor, y se manifiesta en el amor entre humanos,
en el seguimiento apasionado que la criatura hace de las huellas que el Supremo
Hacedor deja a lo largo de la existencia, en el continuo reconocimiento de que,
aunque el pecado nos haga indignos de a él, su misericordia es mayor que nuestra
culpa.
Como
se observa, son cuestiones que disparan directamente al corazón del hombre de
cualquier época, de cualquier cultura, pues lo más importante de cualquier vida
es el amor, su capacidad de amar. De eso, de amar, digo, nunca hay suficiente.
Sobre eso, todas las religiones y todas las culturas, han establecido que el
amor es la verdadera medida del ser humano. Quizá, la única salvedad sea la de
creer que hay Alguien que está más allá de nosotros y a la vez, estuvo más acá,
y al mismo tiempo estuvo, está y estará siempre. A la postre, la música
bachiana no es más que la traducción sonora del anhelo de infinitud que el hombre
de todos los tiempos ha planteado como salida al sinsentido caótico de nuestro
mundo. Es decir, una respuesta —probablemente la más hermosa nunca dada— a la
pregunta más esencial que ningún hombre se pueda hacer, la pregunta que, por
otra parte, todos los hombres nos hacemos alguna vez: ¿Qué sentido tiene
nuestra vida?
En
cuanto a la forma
literaria del libro —perdón por la pedantería—, lo tuve claro desde el
principio, desde antes de tener la primera idea concreta, el primer verso
siquiera, todo él tenía que estar trazado en endecasílabos, sólo así se podría
aproximar uno a hacer un mínimo de justicia al tipo de música de aquel teutón.
A la escucha apasionada de esas melodías, no se podía responder con el verso
libre, había que hacer el esfuerzo de encajonar la inspiración o canalizarla a
través del lecho fértil de los versos medidos.
Lo
que hice fue crear un poema para cada movimiento o tiempo o parte o número en
que JSB había dividido sus obras. Por fin, tras otros tres meses de intensísimo
trabajo, este libro (que yo intuía demasiado extenso, pero que no pude aligerar
debido a que era como un hijo recién nacido) lo presenté a la edición del
citado premio de 2003. En total, setenta y cinco poemas. El pre-jurado del
certamen me seleccionó para competir, junto con otros diez poemarios, por el
galardón, que no obtuve, como bien sabes.
Pero
sabía que dentro había más.
Después del lógico bajón anímico, comencé
a madurar la posibilidad de volver a competir; pero para ello supe que tenía
que hacer caso del consejo que me dio Juan Manuel de Prada, consejo que por
otro lado confirmó mi intuición primera, y buscar más lo esencial del libro;
entendí algo así, como podar su excesiva frondosidad que anunciaba algo muy
hermoso, pero que, a la vez, impedía el paseo por sus veredas, y lo convertía
en poco menos que feraz e intransitable.
Dejé
pasar un año. Un año en que ni lo eché un vistazo, con el ánimo de que se asentara
completamente, con el afán de que lo sobrante fuera fácilmente distinguido por
mí, a pesar de mi acusada hipermetropía, sobre todo mental. En este 2005, con
el ánimo de volver a participar en el Premio
Gil de Biedma, me he puesto manos a la obra de desbrozar tanto camino
impracticable. No sé si lo habré hecho como debiera. En esta versión he
eliminado toda referencia a tiempos, movimientos, tonalidades, etcétera. Cada
obra es un solo poema, de extensiones muy variadas, y dividida en partes. Se
trata de presentar al lector los poemas como se escucha cada una de las obras.
Sólo un silencio mayor separa un número de otro o un movimiento de otro. Y eso
he tratado de hacer, mediante un espacio en blanco, sin otra marca. Aún así, y
para mejor comprensión de un improbable lector, he indicado algunas
subdivisiones, como la separación de cada suite de violonchelo, o los números
de cada uno de los libros del clave bien temperado, etcétera. Por tanto, esta
versión cuenta con ocho poemas, dos a modo de introducción y uno por obra, las
citadas más arriba tal y como las conoce hoy el aficionado moderno. Así mismo,
he procurado estilizar, por así decir, el contenido de la primera versión.
A
ratos ha sido doloroso hacer desaparecer versos que tanto esfuerzo costaron
nacer; pero al final pensé que para que el rosal sea más hermoso conviene su
poda anual, así que me comparé con un jardinero y me dediqué a podar, injertar,
replantar… No sé hasta dónde habrá habido mejoría…De momento, puedo decir que
vuelvo a estar a las puertas de obtener algún reconocimiento público, pues, de
nuevo, el pre-jurado del concurso ha tenido a bien incluirme entre los siete
finalistas.
No
es que haya empeorado la calidad de los participantes, sino que, al contrario,
según ha dicho el pre-jurado en su veredicto, la calidad es tan alta,
probablemente la mayor de todas las ediciones que han seleccionado lo mejor
según su criterio para luchar por los galardones que, además del
correspondiente premio metálico, llevan aparejada la publicación de la obra: el
verdadero premio, sin duda. De hecho, si me prometieran la publicación, digamos
como cuarto premio, sin obtener estipendio económico, no me importaría.
El
fallo del jurado es el veinticuatro de junio. Exactamente en dos semanas. Así
que aquí queda esta introducción hasta que la complete para que tú, lector
especial de esta edición especial, cuando acaricies estas páginas conozcas
completamente lo sucedido…
…
Han pasado las dos
semanas, querido lector y como ya has visto en las primeras páginas, he vuelto
a quedarme a punto de caramelo.
Estoy
escribiendo estos renglones en una hermosa y luminosa tarde de San Juan. Una
tarde de hondo calor vertical y con el hambre telúrico de un caníbal cósmico.
Supongo que la tormenta que acrece en las cimas más occidentales del Sistema
Central y por tanto más alejadas de nosotros, hoy no llegará hasta aquí, o
quizá se demore hasta esta noche... Hace un espléndido día de San Juan, en que
el cielo brilla como si el Joyero Universal acabara de pulirlo. No puede haber
un azul más puro ni más hialino, sólo éste que se contempla en esta ciudad,
donde la atmósfera es más frágil y delicada, más delgada y sutil…
Apenas
han transcurrido tres horas desde que el jurado ha hecho pública su decisión
inapelable y supongo que justa, aunque dolorosa, a qué negarlo.
Has
de saber querido lector, y sobre todo amigo, que este libro ha concluido su
periplo por el Gil de Biedma y por
el resto de concursos literarios. Ahora me llega el turno de intentar su
publicación —verdadero objetivo de este titánico esfuerzo— por la vía de
convencer al editor. Lo cual, dicho sea de paso, no resultará sencillo. Espero
contar con la suficiente ayuda como para que tal cosa sea posible, aunque uno
supone que, si vender poesía es complicado contando con el aval de los premios,
hacerlo sin este espaldarazo será una aventura, incluso arriesgada, por no
decir imposible.
De
todos modos, he sacado varias conclusiones: este libro atesora calidad y este
libro como, probablemente la musa que me inspiró —o sea la música de Johann
Sebastian Bach— no están de moda. Está más de moda y se valora más, el estilo
de poesía que habitualmente cultivo; mire usted por dónde, se lleva lo que de
forma cotidiana hago, y sin embargo yo solo me meto por estos vericuetos que
según dicen, son trasnochados… Pero hay cosas que no se me ocurre hacerlas de
otro modo. Sería como pretender ser el padrino de una boda y lucir unos
vaqueros, o acudir a una barbacoa en la ribera de cualquier río vistiendo un chaqué.
Y
lo más importante de todo, querido lector, a pesar del miedo que me tenía a mí
mismo en estos días pasados, me encuentro francamente bien y palabras de hoy
como las de Juan Manuel de Prada o Félix Grande, no solo me consuelan, sino que
me llenan de satisfacción y me impulsan, como catapultas, hacia el trabajo más
esforzado… Y por qué no, también me llenan de orgullo, de legítimo orgullo,
aunque me esté mal el decirlo, a pesar de que el reconocimiento público no haya
llegado, aún...
Segovia, 24 de junio
de 2005,
hialina tarde
calurosa de San Juan.