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El Clave bien temperado

Parte 2. Suites para violonchelo. 4


Eco de tu presencia
—Suite para violonchelo número 5—

Mueren las pesadillas, muere el miedo,
regreso a tu morada…
El hijo pródigo en tu estancia…
Tu puerta estará abierta, como siempre,
nunca importa el rincón del calendario
donde el sol duerma:
tu abrazo inundará mi corazón.
El hijo pródigo en tu estancia…
Siento cómo se acerca tu perfume
y se me alegra el alma tanto,
que entona melodías repletas de ilusiones.
Aunque aún me acompañe el eco de la noche,
las palmas de tus manos evitan mis angustias.
El hijo pródigo en tu estancia…
Cantaré un cántico de acción de gracias,
me haré yo mismo nota que busca su destino:
tu sonrisa sin tiempo y sin espacio.
Mira otra vez mi corazón en llanto,
pon en su podredumbre,
esa misericordia de tu aliento
envuelta en brisa sin fronteras.
El hijo pródigo en tu estancia…
*
Aún resuena un golpe,
mi enésima caída sobre el lodo,
pero siento tu brazo extendiéndose en mi ayuda,
clemencia en un relámpago.
El peso de mi culpa me ensombrece,
llena mi alma un dolor de llagas como heces.
Las cicatrices sanarán un día,
me lo asegura el quicio de tu risa,
y el tacto de tu pulso
refrescando la fiebre de mis llagas…
*
Gracias por tu perdón,
porque no llevas cuenta del delito,
porque es misericordia tu mirada,
porque es ilimitada tu paciencia,
porque eliges perdón sobre justicia,
porque tus ojos miran
el hontanar de mis pupilas,
donde manan verdad y sufrimiento,
y tus dedos restañan el golpe de las lágrimas.
*
El mundo corre en pos de mí blandiendo
cuchillos de amenazas,
porque con mi silencio
niego su tiranía cimentada
en la opresión, y en la mentira,
y en rostros reflejados sobre espejos,
y en la faceta fatua del triunfo,
y en el sonido estéril del dinero.
Mi oposición no es rebeldía,
sino silencio, indiferencia,
y a veces llanto,
y algunos versos que supuran pus,
veneno concentrado, voces de cementerio,
perdidas en los pliegues de tanta muchedumbre
que avanza mientras gime
rodeada de oprobio y confusión.
*
Sé en quién confío, sé quién es me guía.
Me abruma lo infinito de tu amor,
esa misericordia que nace cada aurora,
y permanece siempre,
                                       luz eterna.
Sólo para encontrarte
salto cárcavas, cruzo abismos,
salvo ríos, transito valles…
El vuelo de las aves que recortan el viento
es el vuelo de mi alma a tu morada;
los pétalos son sabia arquitectura,
pero con tu sonrisa comparados,
apenas son un sueño dormido en otro sueño.
Corro hacia ti impulsado por esta gratitud,
resorte sin cadenas que otorga tu perdón.
*
En el atardecer de nuestra vida,
nos examinarás sobre el amor:
entrega que se baña en desmesura,
que olvida la ecuación o el cálculo,
cimentada en sonrisas y caricias,
constancia y libertad, lealtad y ternura.
Tu seno es insondable como el aire,
allí nos mecerás
como una madre acuna a sus polluelos.
Confío en que al llegar mi hora,
y tus ojos contemplen mis dos manos,
éstas no estén vacías o descansadas,
sino que sean ásperas y duras,
que mi jornal sean mis obras.
Quiero tener el eco suficiente de tu mirada,
de tu voz, de tus caricias, de tus sonrisas
en cada paso sobre la piel de este planeta,
eco de tu presencia en mi mirada,
eco de tu presencia en mi latido. 

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).