Lectores

El Clave bien temperado

Parte 7. El arte de la fuga. 1


Introito.
(A modo de obertura)
—El arte de la fuga—

Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina,
aleteo de leves mariposas,
puesta de sol intensa,
ternura de los besos en silencio,
como susurro inmenso de potencia.
Oh luz generatriz, inmensa luz
sonora voz divina…
Como águila invisible,
sobrevuelas el sueño
de este planeta azul que desconoce
aún la procedencia del venero
que vivifica su girar continuo.
Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina,
voz armónica autora del aliento,
y de la creación,
caricia eterna en nuestra piel terrena
que distribuyes por la inmensidad
como cálido hálito de vida.
Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina…
A él le susurraste;
y él te dibujó en notas
como claros aljibes con estrellas,
que cabalgan a grupas de lo eterno:
flecha arrojada al infinito espacio.
Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina,
que nuestra voz imita,
pues somos el reflejo de su esencia
y en nuestra sangre canta tu latido
brillando en nuestros sueños:
venablos arrojados a lo eterno.
Con el cantor de Leipzig, los humanos
nos hemos asomado
a ese balcón colgado en el abismo,
y gracias a sus notas,
con los dedos, pulsamos su semilla…
Oh luz generatriz, inmensa luz,
sonora voz divina. 

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).