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El Clave bien temperado

Parte 5. El clave bien Temperado. Libro I. 1


Una cima del monte
—El clave bien Temperado. Libro I—

Una cima del monte acaricia las orlas de las nubes,
sus ojos espejean en la laguna de aguas frías.
Una cima del monte me acaricia.
El aire es una estatua sin perfil,
y las piedras contemplan su carne en el azogue sin aliento.
La mañana es campana de cristal,
cimentada en sillares y en silencio,
se eleva hasta las bóvedas sobre notas de diamantes,
y ondea entre las vigas de armonía.
Una cima del monte me acaricia.
Aquí, el brillo de nieve, su latido de espejos,
restablece mi espíritu, vacía el ser de sus dolencias.
Percibo que me fundo en sus entrañas,
me hago uno en su unidad eterna,
soy nota de silencio, buceador de sus secretos.
Una cima del monte me acaricia.
Me llaga los latidos el frenesí de la ciudad,
y el corazón se aturde sobre la pulpa del hastío
mientras busca la paz con la avidez de un niño.
Regresaré mis ojos agrietados por la suciedad hacia mi venero,
entrañaré la luz de estrellas rebrincando entre sus dedos,
busco esa luz oculta y temblorosa.
Cierro los ojos, miedo de mi abismo.
Necesito un silencio que me engulla
en ritmos detenidos casi,
para encontrar el pulso de mi entraña.
Una cima del monte me acaricia.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).