Lectores

El Clave bien temperado

Parte 2. Suites para violonchelo. 2


En este día apacible como un beso…
—Suite para violonchelo número 3—

La mirada bucea más allá de las ventanas…
La llovizna de dedos líquidos
recorre sus cristales
en este día apacible como un beso.
La tarde horizontal,
sonrisa que amanece en las pupilas,
amasa levadura y dicha:
una merienda en luz,
o un paseo hacia el surco navegable de las risas,
o un café muy cargado de amistad o de recuerdos,
o un poema de hierba estremecida,
o una caricia como danza en llamas,
o un beso como lecho de los labios,
o un latido abrasado junto al nuestro,
o una loca carrera hacia el perfil
que se pierde, que se escapa…
El mundo está bien hecho.
*
Cuando canto en mitad de una ciudad dormida,
acunada en el ruido de la muerte,
mi voz es un zafiro invisible.
No me importa el vaivén de latidos y piernas,
pero cómo me duele que impidan embrazar
el himno de la vida…
Me arañan la mirada tantas prisas, inútiles
como sombra para trocarse en beso…
Me hiere los oídos que cieguen cerraduras
donde espera el maná de la existencia.
Me importa el arribar de la alegría,
y el estruendo del muro de cristal
donde se aislaba el corazón,
porque ya son sus límites estrechos
hasta ayer suficientes, hoy escasos.
Tú eres el nuevo cauce de mi curso.
Crezco en tu lecho, Amado, y crezco;
recibo tanto amor derramándose,
como agua mansa en primavera,
que necesito hacerme cuenco
donde canten otros corazones.
*
Se aproximan las nubes como entierros,
desfile de ataúdes vigilantes.
Una procesión de aire tembloroso
avanza por lo oscuro
y estremece a la noche en sus ijares
y a las estrellas estremece
y estremece al relente en la alborada,
seísmo de pasión que se desmiembra
en un mar de cadáveres hastiados.
*
Bailemos, ahora, Amada,
mientras perdure el tiempo de la danza,
convirtamos relojes impacientes
en zarabanda, luz y cuerpos,
y sea nuestro espacio
ilimitada zambra de labios y de dedos.
Dejemos que su ritmo nos invada
y recorra el venero que nos riega
y esparza la semilla por el cosmos
y depure el hedor que nos destroza
y mate la bacteria que nos mata.
Busquemos el remedio a la ponzoña
que golpea, envenena, daña y ciega,
detengamos su avance con el baile
que se acerca veloz en nuestro auxilio.
Luchemos sin parar contra la muerte.
*
No hay nada más sencillo que un corazón latiendo
al ritmo de sonrisas
brotadas desde el lago de tus ojos.
Necesito el silencio de los valles
a esa hora vestida de niña y de sonrisa.
Su voz no es grito,
apenas es un silbo sosegado
que sugiere, propone, ruega, ofrece y espera
que los ojos decidan enfocar el camino
que serpea y conduce hacia su eterna
presencia enamorada. 

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).