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El Clave bien temperado

Parte 2. Suites para violonchelo. 3


No estás, pero sonrío al evocarte 

—Suite para violonchelo número 4—


No estás conmigo, Amado, salí de tu mirada,
tu ausencia me construye abismos de pavor.
Me tortura esta cárcava, depredador hambriento.
Soy ovillo de miedo,
carnada que se arroja a sus dominios.
Sin ti soy ronco grito de lo oscuro,
al que sólo responden reverberos nocturnos
cimientos de vacío,
truenos que absorben cuanto les rodea.
Un cansancio de cera y luna
martiriza mis miembros de tormenta.
La lluvia de este ocaso me detiene
recuerdo aquellos días del orvallo,
en los que el manantial de tu mirada
y mi pupila vuelta al infinito
buscaban el abrazo sin fronteras.
La tarde color humo y aguacero
será una puñalada de traición,
pero cómo evitar que la sombra de ayer
oscurezca mis ojos de hoy
y los retorne, viaje entre las nubes,
a aquellas tardes de pasión y fuego,
mientras cualquier chubasco se asomaba
desde fuera, a través de los cristales,
y envidioso, acechaba nuestras brasas.
*
No estás, pero sonrío al evocarte, pues es tan nítida tu imagen,
que tan sólo me falta oír tu risa para saber que ocupas este espacio.
Por rápido que avancen esas nubes atravesando el cuello del celaje,
por rápido que acudan esos ríos desde los montes hasta las llanuras,
por rápido que alcen esas aves su vuelo desde los árboles al viento,
por rápido que rían esos niños las gracias del payaso de colores,
por rápido que cruce ese segundo el tictac invisible de la vida...,
más veloz estaré junto al quicio de tu orilla.
Mi sueño son tus brazos acunando este deseo que me enerva,
esta pasión que me da vida, este delirio que me impulsa.
Allí estaré dispuesto a que tu corazón me meza como beso ilimitado.
*
Cuando la madrugada ya es abismo
no hay nadie en la ciudad, salvo las sombras.
Soy vagabundo insomne, ruina de una sonrisa,
me destazan navajas o vampiros,
el insomnio taladra mi cerebro
sin pausa, sin respiro
se enreda como sierpe tras el iris de légamo,
mis alas desguazadas se desangran.
Otearé el horizonte con premura
evitaré al reptil que me aprisiona
para que no devore
mis últimos suspiros que agonizan
y convierta en cenizas o en pavesas,
inermes, aunque vuelen en el viento,
este postrer anhelo que me alienta.
Paseo la ciudad de madrugada
cruzando su intestino mineral:
me desgarran sus garfios,
con su veneno muerde el talón de mis versos,
inyecta su ponzoña en mis entrañas.
*
Si yo hubiera resuelto esta ecuación absurda de mi vida,
¿sería más feliz que al contemplarte?
Escruto tu sonrisa y anhelo ese tesoro tan valioso,
guardarlo muy adentro, bajo llave,
lejos, detrás de mis retinas, lejos…
Cuando la luna mire, envidiará estas joyas:
el collar de rubíes que me ciñe,
el cíngulo de seda que me funde,
la diadema de nácar que me besa,
los brillantes de jade que me alumbran.
No quiero separarme del quicio de tu ser,
ni durante una micra de segundo…
Y grito al viento:
no deseo alejarme ni una sola pulgada de tu piel llama y luz,
ni un centímetro quiero salir de tus entrañas, fuente para mi sed,
sólo quiero latir al compás de tus labios.
Y te contemplaré con esa lentitud de niño satisfecho,
y mientras me sonríes como un alba,
desearé abrazarte,
                                  muy despacio.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).