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El Clave bien temperado

Parte 6. El clave bien Temperado. Libro II. 21


Melancolía invertebrada
—El clave bien temperado. Libro II—

Vuelvo a sentir la melancolía invertebrada invadiéndome como una mancha de petróleo:
material viscoso que anega la limpieza de mi playa.
Vuestras ausencias son deserciones con consistencia de rocas,
hirientes como cuchilladas de minerales sin respiración.
Es demasiado peso el acero de este abandono.
Quizá sea el atardecer de plomo de este verano extrañamente frío…
Quizá haya sido la tormenta intensa que aún retumba lejos…
Quizá estoy muy cansado,
                                              de repente…
Alzaré el vuelo pronto, estoy seguro,
por eso la desesperación me atisba desde lejos, derrotada;
pero a mi corazón lo azotan crueles balas de cristal y sal,
lágrimas lanzadas hoy por el ayer, feroz monstruo que no se extingue.
De nuevo me despierto, en medio de esta madrugada de sombras, de penumbras sin miradas,
y percibo, de nuevo, con la misma intensidad que los latidos neutros de los segundos,
la oquedad rotunda que me deja el vacío de tu cuerpo.
Si yo fuera capaz de dar la vuelta,
y entornar las pupilas apagadas hacia tu espacio en nuestro lecho,
sólo vería el hueco que has dejado, amada.
No lo haré, cerraré los ojos con la cancela de la desesperación,
y convocaré al sueño para que acuda a mí con la urgencia de la herida.
Pero intuyo que todo será inútil:
el pensamiento se repetirá, como se repite el zumbido de la sangre
y retornará y me avasallará como la fiera sin comida.
No volveré a dormir en esta noche,
pues tu ausencia es concreta como un latidos de cosmos,
como la respiración de los relojes lacios que reptan,
pared arriba,
hacia la nada de catafalcos de viento.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).