Lectores

El Clave bien temperado

Parte 2. Suites para violonchelo. 5


¿Por qué no te hice caso corazón…?
—Suite para violonchelo número 6—

Como llena de manos infantiles, impaciente, la tarde se dirige a su final en medio del trasiego de cualquier ciudad gris que a todos nos engulle insatisfecha con fauces de mil hambres colgadas de su aliento. La rueda gira y gira en el mismo sentido, sin que nadie detenga su carrera.
La noche avanza el pulso inexorable. Este ensordecedor ruido me ciega, está en mi corazón, y siempre me derrota, desde que aquella lágrima me orada. Tan sólo una verdad descubriré: mi corazón no late, reposa sobre el lodo allí donde el perfume de los pétalos sería una pesada roca hundida, mi cuerpo sobrevive, como cruel bacteria de la muerte pues su esencia es idéntica a la del lodazal que habito. ¿Una sola sonrisa alterará el futuro? ¿Servirá una palabra de perdón…?
*
Cuando ante mi dintel te has detenido, con tu mirar de brasa me has amado, y he sentido en la entraña tu aleteo un sí que me susurra un silbo nuevo.
¿Por qué no te hice caso, corazón? ¿Por qué alteré el compás de esos murmurios? ¿Por qué los troqué en miedo al infinito los susurros inconfundibles de tus dedos? ¿Por qué me despeñé a la desventura? ¿Por qué precipité mi paso de plantígrado hacia la hoguera que abrasa y asesina, sin piedad y sin preguntas, los gestos amigables, las miradas sembradoras de futuro, el Amado, la Amada, los amantes?
*
Sé que las respuestas sobrevuelan el espacio entre una arteria y la primera célula epidérmica. Incluso sé que las preguntas tienen un envés donde el corazón escondió la afirmación sabia: una mirada de paz acurruca el alma y acepta el latido que nos mece.
Siento mi espíritu dentro del baile del cosmos, cada estrella traza curvas líricas o dibuja ingeniosos acentos circunflejos como columpios en el linde de algún asteroide, o en la órbita de lunas invisibles…, y tus dedos hacendosos, en el quicial del universo, tamborilean sin descanso el ritmo acompasado de la danza. Así  será la vida que no acaba: tras un banquete sin medida, un baile en tu regazo eterno. porque miró mi pequeñez a pesar de ser sólo brizna de tiempo que no acaba. Su iris me ha amado. y acudiré para sentir la caricia de su mirada como dedos amorosos.

ORLA

“Su espíritu estaba tan embebido, acaparado por su arte que, a veces yo tenía la sensación de que no nos veía, ni nos oía, como si no existiéramos, aunque nunca dejaba de tratarnos con bondad. Pasaba unos momentos horribles cuando le veía sentado en su sillón, rodeado por mí y por nuestros hijos, entregados a nuestras ocupaciones y sin embargo, presentía que estaba solo por encima de nosotros; junto a nosotros y, no obstante, solo, como abandonado. (…). Los grandes son siempre solitarios, por eso son grandes y están emparentados con el Altísimo.”

(“La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”).