Zaguán de un poemario
(Apunte introductorio para la edición en blog
—Segovia, septiembre de 2012—
(Apunte introductorio para la edición en blog
—Segovia, septiembre de 2012—
Lo
normal en la poesía (también
en la literatura y, por extensión, en cualquier arte), es que un poeta escriba
—hasta que halla su propia voz, si es que alguna vez la encuentra—
bajo los focos de la influencia de diversos autores, estilos y épocas. A veces
hay un prurito, nacido de un erróneo concepto de la originalidad, según el cual, no se
reconocen públicamente esas huellas en los propios versos. También sucede —o a mí me ha
sucedido— que las lecturas han dejado en uno una especie de aluvión
inconsciente para el autor pero que, sin embargo, aparece donde menos uno lo
puede sospechar.
Esto quiere decir
que también podría existir una especie de iluminación a posteriori. Intentaré
explicarme. Aunque para ello sería mejor acudir a las palabras de otro. Estas últimas semanas
del verano de 2012 he estado paladeando con fruición los ensayos y la poesía de
José Ángel Valente que editó en 2006 Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. En
el artículo titulado “Edmond Jabès: judaísmo e incertidumbre” que forma parte
del libro La experiencia abisal (Pág.
663), Valente explica lo que sigue, respecto de él y el poeta francés de
ascendencia sefardí Edmond Jabès
Situado en la
perspectiva del fenómeno de influencia señalaba, yo, a propósito de mi
encuentro relativamente tardío (mediados del decenio de 1970) con la poesía de
Edmond Jabès, una forma de relación de literaria no considerada a mi entender
por Bloom, a la que llamé influencia a
rebours. Sí, influencia hacia atrás, hacia la fuente o el origen. Me
explico. El contacto con la poesía de Jabès no determina propiamente las líneas
fundamentales de mi escritura subsiguiente. Determina algo para mí mucho más
decisivo: una nueva perspectiva de lo que yo había escrito hasta ese momento.
Hace el encuentro con Jabès que yo me reconozca a mí mismo, me dota de una
identidad, de una estirpe, de una ascendencia. Y eso desde el primer verso del
primero poema de mi primer libro […]
Salvando
todas las diferencias (que son muchísimas) mientras leía estos textos
—fundamentalmente los incluidos en el citado La experiencia abisal, La piedra y el centro, y Variaciones sobre el pájaro y la red— he
ido descubriendo en las palabras e ideas de Valente ese faro que ha dotado de
nueva perspectiva un pedazo de mi obra en verso escrito previamente, en
concreto, este poemario que ahora vengo a poner en vuelo y compartir, a través
de este blog poemario.
A
lo largo del último decenio, como se comprobará tras la lectura del preámbulo
escrito a la edición artesanal y casi privada que hice en 2005, los versos de Eterna Luz Sonora me han rondado la
cabeza y el corazón en diferentes momentos de mi vida. Pero ha sido ahora, en este
año, cuando he dado otro paso, que no me atrevo a considerar definitivo.
Como
suele decirse, el escritor —el poeta— durante su periodo de evolución se va
alejando de sus libros. A veces llega a tanto el alejamiento, que llega a
repudiarlos o no reconocerlos. Sin embargo, también hay quien dice que el poeta
vuelve y vuelve sobre el mismo libro una y otra vez sin desmayo. Quizá ambas
cosas sean ciertas, o lo contrario. Al respecto de Eterna Luz Sonora mi percepción es que el libro no me
abandonará nunca, volveré sobre él con cierta asiduidad, porque de lo que en
él pretendo hablar —cosa que no sé si he conseguido— me importa más que el modo
en que lo digo. Quiero decir, que necesito dejar más claro y más decantado, si
ello es posible, aquello de lo que habla.
Al
principio —finales de 2002, inicios de 2003—, creí que se trataba solamente de
las resonancias que en mí despertaba la música de Juan Sebastián Bach. Y así
era (y sigue siéndolo). Pero con el paso del tiempo fui descubriendo que tales
reverberos alojan el reflejo de algo sustancial en mí. O dicho de otro modo, lo
que me parece que viene a proponer la música de Bach no es otra cosa —pero
dicha en el idioma más hermoso de la humanidad—, que la búsqueda
y el encuentro entre criatura y creador.
[Para evitar malas interpretaciones, me apresuro a aclarar que no
estoy hablando de religión, si de espiritualidad.
La distinción quizá sea simplista o sutil para muchos, pero baste enunciarla para señalar que, según lo veo, existen diferencias entre una y otra cosa. A veces excesivas.
Quizá por ello huí desde la primera redacción de las obras ‘litúrgicas’ —que
son la mayoría— del ‘Viejo Peluca’, quizá por ello me dejé llevar por las Suites para violonchelo, Los conciertos de
Brandenburgo, Los conciertos para violín, los dos libros de El Clave bien temperado, y El Arte de la Fuga.]
Sin
embargo, precisamente este tema me alejó del poemario, porque, por un lado, roza aspectos inasibles de nuestro ser, y, por otro, se aproxima en exceso a determinadas manifestaciones de la más alta opresión
que un ser humano puede ejercer sobre otro, es decir el modo en que todas las
jerarquías eclesiales pretenden el control sobre las mentes y corazones de sus
fieles.
Aquí
justamente entran en juego las palabras de Valente. En este punto es donde su
pensamiento me ilumina. Su forma de entender la espiritualidad y sus
análisis sobre la mística, la poesía meditativa y la esencia del arte me
descubren una veta en la que no había reparado suficientemente.
En el fondo, él sostiene que esa ansiada búsqueda para el encuentro total y radical de la criatura con el creador —que no otra cosa sería la mística— viene a ser una de las mayores subversiones que pueden atacar los cimientos de las religiones, las ortodoxias, las normas preestablecidas incluyendo las artísticas. En cualquiera de las escuelas o tradiciones místicas de las que hablemos (sufismo, cábala, misticismo cristiano —católico, protestante y ortodoxo— taoísmo, zen, etcétera) encontraremos a personas que han sido —como mínimo— sospechosos de herejía. Y en no pocos casos, declarados herejes en un momento conreto por una jerarquía determinada. Sin ir más lejos, y por mentar sólo al mayor de nuestros místicos, San Juan de la Cruz, a su muerte —aquella madrugada de Úbeda el 14 de diciembre de 1542— convalecía de una tuberculosis ósea que le impidió viajar a México donde había sido medio desterrado por los superiores de la orden que él mismo había ayudado a fundar. Durante su vida, Juan de Yepes, fue siempre sospechoso de bordear por fuera los límites tolerables para la Iglesia.
En el fondo, él sostiene que esa ansiada búsqueda para el encuentro total y radical de la criatura con el creador —que no otra cosa sería la mística— viene a ser una de las mayores subversiones que pueden atacar los cimientos de las religiones, las ortodoxias, las normas preestablecidas incluyendo las artísticas. En cualquiera de las escuelas o tradiciones místicas de las que hablemos (sufismo, cábala, misticismo cristiano —católico, protestante y ortodoxo— taoísmo, zen, etcétera) encontraremos a personas que han sido —como mínimo— sospechosos de herejía. Y en no pocos casos, declarados herejes en un momento conreto por una jerarquía determinada. Sin ir más lejos, y por mentar sólo al mayor de nuestros místicos, San Juan de la Cruz, a su muerte —aquella madrugada de Úbeda el 14 de diciembre de 1542— convalecía de una tuberculosis ósea que le impidió viajar a México donde había sido medio desterrado por los superiores de la orden que él mismo había ayudado a fundar. Durante su vida, Juan de Yepes, fue siempre sospechoso de bordear por fuera los límites tolerables para la Iglesia.
A
la vista de todo esto —y de muchas más cosas— en mí se ha disparado durante
estas semanas la necesidad abrasadora de retomar Eterna Luz Sonora y ‘revisarla’ a la luz de estas reflexiones de
José Ángel Valente.
Y
al hacerlo, en realidad, no me he limitado a la revisión del texto, sino que
casi se trata de una reescritura del mismo.
En
esta versión, aunque no olvido —ni puedo hacerlo— las melodías bachianas que fueron el primer empujón
de los versos, amanece un texto en que he querido reflejar con más claridad la tensión
propia del tema de fondo: la búsqueda, el encuentro, el miedo, el abandono, la
traición, el amor humano como manifestación, casi especular, del amor divino... Bien distinto es que lo haya conseguido. El lector juzgará.
¿Por qué esta versión en un poemario blog?
¿Por qué esta versión en un poemario blog?
Quizá
algunos piensen que innovo algo. Error. Grave error.
Eterna Luz Sonora es un libro que —me parece— no
sería editado por los cauces habituales. Su segunda versión (la de 2005
retocada en 2010) fue editada en el portal de Internet llamado Literatura Nova. Estoy satisfecho de su
aceptación, pues en los momentos que esto escribo ha sido descargado 103 veces,
y teniendo en cuenta la escasa promoción que he hecho de él, no me parece poco.
También
he sopesado la opción de una edición digital, en formato libro, para
entendernos. Hay diversas plataformas (también gratuitas) que permiten semejante opción que no
es descartable en absoluto.
Pero
por alguna razón que todavía no sé explicar, el formato de blog era el que más
me apetecía para este libro en concreto. Dejémoslo ahí.
Sin
embargo, no me puedo apropiar de la idea de publicar un libro en formato blog. Desde
que publiqué dos novelas (Mañana
amanecerá y Fin de Trayecto) en
el blog Euritmia en la red, empecé
a barruntar una opción parecida a la presente. Pero si no hubiera sido por el
modo en Sofía Serra (poeta sevillana) ha editado algunos de sus poemarios, quizá
no me hubiera atrevido a dar este paso. Así que aquí dejo mi agradecimiento explícito a
Sofía, con quien por otra parte, nunca he hablado sobre esta cuestión.
Tengo
la impresión (quizá totalmente ilusoria) que el formato blog es
más agradable para el lector de Internet, que otro tipo de formato digital. Es
una mera impresión, pero es la que tengo. Y, además, el propio poemario por
cierto aire de circularidad que tiene su estructura, porque de modo recurrente
los temas se van abordando y repitiendo con sutiles matices, se adapta como un
guante al modo un poco aleatorio que permite la navegación por el contenido de
un blog.
Por
último unas breves indicaciones sobre esta edición.
A
continuación de este preámbulo, se ofrecen las dos introducciones que escribí para sus dos anteriores versiones. Tras ellas, por fin, se pueden ir leyendo, los
poemas. Después de una jornada de vida de este formato, y tras varias conversaciones, he decidido que todo el libro aparezca de modo continuo. Simplemente descender por la pantalla será suficiente para ir leyendo. Al llegar a un punto determinado, habrá que pinchar sobre la expresión 'entradas más antiguas' para, digámoslo así, 'pasar de hoja'. Si por el contrario, sólo se quiere leer una entrada (por la razón que fuere) con pulsar sobre el título, o sobre el índice, sería suficiente. En caso de que se pretenda leer únicamente una de sus partes (por ejemplo, Las suites para violonchelo) con presionar con el ratón sobre la etiqueta que tiene ese mismo título, aparecerán los poemas inspirados por esa música. También, en la columna de la izquierda se despliega una especie de índice que, al mismo tiempo, es un enlace con cada una de las entradas.
En
fin, no creo que sea menester alargarme más en estas disquisiciones. Me parece
que lo más importante está ya dicho. Lo demás ya no está en mis manos, sino en
la de los lectores, vosotros, con quienes comparto con toda ilusión este
poemario.
Segovia, septiembre de 2012